Volver

Mentalizarse para reanudar el camino. Regresar a la rutina. Volver a la vida cotidiana.
Un camino incierto, sembrado de dudas y porqué no, de miedos, para recobrar la "normalidad". Y confieso que ya no sé que es la "normalidad". 
Porque durante estos largos días donde nuestros movimientos se han visto restringidos ante un enemigo invisible, he observado maravillada un renacer exultante de la naturaleza. He tenido el privilegio de escuchar los trinos de pájaros distintos a los que conocía sin necesidad de desplazarme para ello. He contemplado como desaparecían restos sucios de nuestro paso por parques y caminos sustituidos por vegetación nueva, aspirado aromas limpios y naturales y silencio, mucho silencio. Un silencio que era necesario para hacer un viaje introspectivo, para plantearse la existencia, para aprender a valorar lo que tenemos.
El silencio que han dejado los que nos han dejado víctimas de un virus al que han plantado cara los profesionales sanitarios hasta la extenuación, al que siguen enfrentándose sin descanso para garantizar que la vida siga adelante. 
Días eternos donde muchas personas anónimas desde trabajos que hasta ahora no valorábamos como esenciales, que lo son y mucho, han continuado ofreciéndonos sus servicios para que pudiéramos permanecer a salvo en nuestros hogares, los afortunados que los tenemos, y sustento básico para aquellos menos favorecidos o cuya existencia diaria es precaria.
He creído, firmemente, que pasar por todo esto nos transformaría en mejores personas, que aumentaría nuestra empatía, que despertaría nuestra conciencia. Pero me equivocaba.
Lo único que ha cambiado es la estación del año: Empezamos a sufrir esta pandemia en invierno. Regresamos a nuestras vidas de antes en los albores del verano. Y en el número de habitantes del mundo, que ha disminuido y que, excepto para sus allegados, sólo serán recordados como números en las estadísticas de esta maldita enfermedad.
Ha sido establecer las pautas que regirán el modo en que retomaremos nuestra existencia más allá del umbral de nuestra casa para que nos haya faltado tiempo para salir en masa a comernos, "literalmente", el mundo.
Y lo que veo, lo que estoy viendo, no me anima a sumarme a esta necesaria etapa.
Porque seguimos cometiendo los mismos errores, incluso más, que antes de que comenzase esta pesadilla. Porque algunas personas, haciendo uso del legítimo y necesario instinto de supervivencia, han eliminado cualquier rastro del paso de esta tragedia, como si sólo hubiera sido una pausa durante el visionado de una película que no va con ellos, para continuar desde donde la dejaron. Con el mismo nivel de exigencia, con la misma falta de educación y/o respeto, con la misma indiferencia.
Es repugnante lo ajenos que son a la nueva realidad de muchos millones de personas, la facilidad con la que se reafirman en sus verdades absolutas despreciando las de los demás, la indiferencia con que miran a los que no estamos a su altura.
Olvidan que salimos con un enemigo más en la calle al que no estamos, ni de lejos, preparados aún para derrotar. Que cualquier paso en falso nos devolverá a todos a una obligada hibernación.
Porque no son capaces de aceptar que podemos volver gracias a los sacrificios, incluso vitales, que hicieron los demás.
"Siempre hay por quien sufrir, por quien llorar. Siempre hay por quien vivir y a quien amar. Y al final, las obras quedan la gente se va. Otros que llegan las continuarán. La vida sigue igual" (Julio Iglesias)

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