La nueva anormalidad

Por muy optimista que quiera ser, es inevitable no dejarse arrastrar por la marea de realidad que nos engulle.
Como cantaba Dani Martín en sus tiempos de El canto del loco, "nada volverá a ser como antes". Para bien o para mal.
Para muchos otros, desgraciadamente, ya no tendrá importancia porque se apearon de la vida a empujones virales.
El dos de mayo, ese que tantas ocasiones hemos celebrado como festivo en la Comunidad de Madrid también se convirtió en una "fiesta" pero totalmente diferente a las conocidas hasta ahora.
Tras cincuenta días de obligado confinamiento, se nos concedían unos tramos horarios que nos permitían salir más allá del umbral de nuestra puerta para algo distinto a comprar comida, antibióticos, trabajar presencialmente o acudir al médico.
Juro que en mi vida he visto un sábado no laborable donde la gente madrugara más, hiciera más ejercicio que en un año entero o que cualquier calle del pueblo pudiera parecer el centro urbano de una gran ciudad. ¡Bienvenidos a la fiesta del desconfinamiento!.
Barra libre de saludos de conocidos y/o habitantes, desfile de prendas deportivas de todo tipo y color, exhibición de todas las razas caninas habidas y por haber, música a unos decibelios que hacen temblar al mayor berrido del rock metalero, pasacalles de  bicicletas, patines. patinetes y artilugios varios.
El único "dress code" exigido: altas dosis de iresponsabilidad.
Que si algo sale mal ya si eso echaremos la culpa al gobierno.
Las calles antes vacias y limpias en apenas unos días ya empiezan a presentar rastros físicos de las hordas ansiosas de libertad y, como no podía ser de otra forma, fuera de las papeleras o contenedores que son su lugar natural.
Los aplausos de las ocho han pasado a ser teloneros de una fiebre hortera de himnos musicales de dudoso gusto, un pretexto para justificar que puedas armar  bulla sin que el vecino de turno te amenace con denunciar.
Y mientras, entramos en barrena en un panorama de ingobernabilidad, donde el goteo de desempleo no cesa de aumentar, donde se va diluyendo la solidaridad por el egoísta bienestar individual.
Donde todos saben de todo pero prefieren que lo hagan los demás. Quizá de este modo si se equivocan, tienen más fácil a quién culpar.
Pues si esto es la nueva normalidad, o la transición hacia ella, es una anormalidad. Un fallo en el sistema. Una lección, que como tantas, nos quedará pendiente de aprobar.
Así que perdonadme si me quedo despeinada y con mi pijama deambulando por mi casa sin unirme a la fiesta, porque no tenemos nada que celebrar.

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