El puente del diablo

Como ya hiciera en su día con "La leyenda de Alcestes" , aquí os traigo mi versión de otra leyenda, medieval en este caso, ambientada en el puente romano de Bartomeu que une las localidades catalanas de Castellbisbal y Martorel sobre el río Llobregat aunque popularmente se le conoce como Pont del Diable (El puente del diablo).
Espero que os guste.


Como cada día, Doña Montserrat, una mujer entrada en años y recientemente viuda, cogió su vasija para ir a la fuente que había justo en la loma próxima a la vecina localidad de Martorell. La tarea en sí le agradaba porque le permitía recorrer los campos aledaños hablar con sus vecinos así como saludar a la familia de Joan, su cuñado,  El mayor inconveniente sin embargo era vadear el Llobregat sobre sus húmedas y resbaladizas piedras.

- Montse mujer - solía decirle Joan - no deberías cruzar a tu edad el río y menos llevar ese peso. Puedo yo o alguno de los chicos acercártelo cuando lo desees.
- ¿Y que hago sino morirme de pena ahí sóla en la casa? - repetía como respuesta una y otra vez Doña Montserrat.

Joan preocupado lo comentaba con su mujer quien pronto daba buena cuenta de la tristeza de Montserrat a cuantos quisieran escucharla.Tanto énfasis ponía la mujer en relatar la desgraciada y solitaria vida de la viuda que conmovidos, muchos fueron los que en los corrillos de la misa dominical propusieron elevar una petición al alcalde para que mirasen el coste de construir un pequeño puente que uniera ambas poblaciones, no tanto por Doña Montserrat, que era bien querida, todo sea dicho, pero también alegaron razones que justificaban el desembolso del gasto del puente para facilitar el paso del ganado especialmente en épocas de crecida así como para los desplazamientos de los carros de mercaderes los días de feria.
Como buen alcalde, Don Jordi los escuchó a todos pero como sabía que los posibles de sus convecinos no eran elevados para aplicar un impuesto que cubriera la obra, y habiéndoles preguntado  si pagarían un peaje por cruzar el puente a lo que los habitantes se negaron, la propuesta no pasó más allá de la sala de vistas del ayuntamiento.

Se siguieron sucediendo los meses y  Doña Montserrat, presa de un fuerte catarro que  no terminaba de sanar y necesitada de agua  acudió con la vasija entre sus dedos agarrotados una fría mañana de marzo al Llobregat para recoger agua de la fuente El río bajaba muy crecido por las fuertes lluvias de los días anteriores y se encontraban cubiertas por el agua  las piedras que permitían cruzarlo. Desde la otra orilla, sobre su pequeña loma, la fuente escupía el agua como burlándose de ella.

- ¡Ay! Lo que daría yo por poder cruzar el río. Necesito agua como un  buen cristiano huir del diablo.

No bien acababa de pronunciar este lamento apareció tras un arbusto del camino un anciano caballero muy bien vestido cuya boca se escondía bajo una espesa barba cana que le hacía parecer un chivo.

- Buena mujer. No sufra. Si es su deseo, yo puedo construir, si lo desea, no sólo un paso sobre el agua sino un puente digno de una reina.

Doña Montserrat primero entre sorprendida y asustada comenzó a reírse a carcajadas.

- Buen hombre. Construir un puente necesita un tiempo que yo ya no tengo. Soy sirviente del reino y como tal no dispongo de dinero ni para pagar uno hecho de tristes maderos ni mucho menos de siervos para ponerlos.
- Señora, aquí está ante alguien serio que cumple su palabra, a un alto precio, sí, pero que no dudo que podría pagar pues dinero - dijo señalando sus elegantes ropajes - tengo cuanto quiero y no necesito más.

Aquel alarde de vanidad irritó enormemente a Doña Montserrat que  no sin cierto sarcasmo devolvió la impertinencia dándose la vuelta para acudir a la vecina casa de Joan sin detenerse para contestar:

- Señor mío, como no lo tuviera usted para mañana no habría nada que negociar. Le deseo muy buenos días y cuidado el agua no le vaya a arruinar tan costosas vestiduras.
- Detenga su paso Doña Montserrat - ordenó el anciano - pues desconoce por completo con quien tiene el gusto de hablar. Permítame que me presente. Soy aquel que nadie osa nombrar, el ángel caído del infierno reino y señor. Un puente le ofrezco a cambio de un simple y sencillo favor.

Asustada porque el desconocido supiera su nombre y por la amenaza implícita que llevaban aquellas palabras volviéndose lentamente replicó:
- ¿Y qué podría ofrecerle al Diablo yo? ¿Mi vida?. Ya no es tal desde que mi marido murió.
- ¿Por quién me toma mujer? ¿La vida mortal y triste? ¿Para que la habría de querer yo?. Pero el alma... ay el alma. La esencia de las criaturas de Dios. Eso es lo que quiero yo. Ese es mi precio. Simple. El alma de la primera persona que lo cruce. Un alma por un puente que le hará a usted  la vida fácil el final de sus días, un paso para sus vecinos, una oportunidad de negocio para la región. Piénselo.
Una horrible tos sacudió a Montserrat provocando que la tinaja cayese de sus manos rompiéndose en dos. Con un vigor impropio de la edad que aparentaba el anciano la recogió y uniendo ambos pedazos la puso sobre las manos de la anciana. Intacta. Como recién comprada. Y llena de agua.
- Señor Diablo tenemos un trato.Pero si mañana no está, este compromiso no se validará. Como que hay Dios en el cielo que si el puente no está terminado al alba, ningún alma se ha de llevar.
- Sea, Montserrat.

Fue una noche de inquietud y desvelo para Doña Montserrat.que se consolaba pensando que quizá al diablo no le diera tiempo a terminar el puente. Solo así su alma podría salvar. Pero para su desgracia, cuando con el primer rayo de la mañana se acercó al sendero del río vio un sólido puente construido de bella piedra, con una gran arco y paso ancho para el paso de un carro de bueyes. 
- ¡Oh señor! - se lamentó - mi alma está perdida.- y estalló en un desconsolado llanto.

A lo lejos, el ladrido de un perro cazador se oyó. Era el galgo de Joan. Seguro que acababa e encontrar una presa con la que jugar. El ladrido se fue acercando cada vez más alto y claro y antes de que Doña Montserrat pudiera verlo, un gato negro asustado pasó por su lado huyendo de ser atrapado y en el momento en que el sol apareció por el horizonte, lo vio cruzar veloz sobre el puente. Tan pronto sucedió esto, el Diablo salió detrás de un árbol y aulló con fiereza:

- Noooooo. Un gato noooooooo. Un alma. Sólo un alma quería yo.

Y desde entonces, todo aquel que cruza  el puente, si escucha atentamente, podrá escuchar a un gato maullar porque su alma se encuentra desde entonces arañando al diablo para poder escapar.

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