Mariposa de invierno

Odia el invierno porque es frío y los días se acortan. Son menos días.
La ausencia de luz solar instaura en su cabeza una suerte de neblina que lo ocupa todo y le impide acceder con claridad a sus pensamientos.
Cualquier tarea se le hace inabarcable, pesada. Como pesado se vuelve todo su cuerpo en una silenciosa protesta que la obliga a cobijarse entre las cuatro paredes de su casa, mayormente sentada, al calor de una estufa y con las piernas cubiertas por una suave manta de lana que se enrosca desde la cintura hasta los pies como la crisálida de una mariposa.
A veces, sólo a veces, coincidiendo con un furtivo rayo de sol se ilumina su rostro y con ello una soñadora sonrisa se adueña de su boca. Luego, la nostalgia se instala tras exhalar un prolongado suspiro.
Miles de ideas acuden a su pensamiento aturdiéndola y entonces es cuando un nudo invisible se instala en su garganta  alterando su respiración. Cierra los ojos para borrar de este modo la angustia que comienza a aflorar. Y entonces llegan ellas, las lágrimas, no buscadas, que se deslizan silenciosas por sus mejillas. Las mismas lágrimas que no consigue que manen cuando su tristeza es infinita o si está acompañada.
Es como si se rebelaran, destruyendo todos los muros de contención emocionales estallando en un llanto quedo que rápidamente detiene con sus frías manos.
Se obliga a levantar la cabeza para hacerlas regresar a lo más profundo. Se enfada consigo misma y se desprende de la crisálida de lana que sustituye por un abrigo, como una mariposa con sus recién estrenadas alas.
Fuera llueve pero no le importa.
Sale dispuesta a crecer, una vez más, bajo la lluvia.

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