Calma y resistencia
Seguro que más de un@, me incluyo, después del fin de semana cuando sonaba el despertador el lunes recordándonos que tocaba levantarse para ir a trabajar hemos dicho y/o pensado: "con lo agustito que se está en casa".
Ahora, estamos en casa. Y nos sentimos prisioneros.
Es cierto que no por decisión propia sino gubernamental y no por privación de nuestro derecho fundamental a la libertad sino por responsabilidad, para contribuir a que este maldito coronavirus deje de extenderse destruyendo vidas a su paso, para facilitar de este modo el trabajo de todos aquellos que para cuidarnos, ya sea personal sanitario, emergencias, fuerzas de seguridad, limpiadores, transportistas, cajeros de supermercado... y un largo etcétera, se exponen a diario en jornadas extenuantes, con escasa seguridad y mucha incertidumbre, enfrentándose cara a cara a la pandemia para salvar a los enfermos, a los vulnerables y protegernos a los que asistimos desde nuestros hogares bien sea por radio, televisión, prensa, online a este escenario apocalíptico.
Los quince días iniciales han pasado a ser treinta desde ayer y parece que hemos entrado en pánico.
Ahora que podemos quedarnos en casa, disfrutar de esos espacios que tan apetecibles se nos antojaban no hace tanto, nos agobiamos, nos resulta imposible hacerlo y aquí es donde deberíamos preguntarnos, seriamente, ¿es para tanto?.
Tenemos a nuestra disposición todas las comodidades de nuestro hogar, la posibilidad de disponer de nuestro tiempo siendo realmente conscientes de en qué lo invertimos. Quizá para algunos ahí radica el problema.
Porque en una sociedad donde nos hemos acostumbrado a que los demás nos lo planifiquen todo, donde parece existir una competición por ver quién hace más cosas en nuestro reducido tiempo de ocio, donde nos llenamos la boca de pedir la conciliación laboral, donde predicamos ser ecoresponsables, nos vemos incapaces de acometerlo por nosotros mismos. Porque al final, esta situación nos ha hecho a todos igualmente vulnerables más allá de que nos hayamos acostumbrado a evaluar nuestra existencia por los metros cuadrados de nuestras viviendas, los viajes que hemos realizado, las compras que hemos hecho, etc.
Es hora de asumir el control de nuestra vida, desde la calma y siendo conscientes de que nuestra existencia sólo es posible si la unimos a la del resto de personas que nos rodean. Que todos, absolutamente todos, somos necesarios para que a estos amargos días les sucedan otros mejores donde nuestra perspectiva, nuestra visión como sociedad confío, espero, deseo, que sea diferente.
Calma y resistencia.
Humildad.
Paciencia y humor.
Ese humor que tanto nos caracteriza, que resta importancia a los problemas, que nos permite reírnos hasta de nosotros mismos.
Visualicemos, una, dos, tres veces más esos monólogos de nuestros humoristas. Aprendamos con ello la técnica para trivializar la situación y hacerla más soportable.
Recurramos a esos temas musicales tan nuestros que todos podemos corear porque los llevamos escuchando toda la vida y maravillémonos de su fuerza contagiosa.
Hagamos como Roberto Beningni en la película "La vida es bella".
De nuestra resistencia depende que enviemos fuerza y ánimos a aquellos que reciben nuestro aplauso diario a las ocho de cada tarde.
Si quieres llorar, llora, pero que las lágrimas no te impidan ver las estrellas.
Si quieres enfadarte, saca esa diana y esos dardos que acumulan polvo en tu trastero o el juego de bolos de los últimos Reyes de tus hijos y vuelca en ellos tu frustración.
Pero conserva la calma en tus modos, en tu mirada y da las gracias por cada día que pasa porque es un día menos para ganar esta batalla.
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