Desde mi ventana
Sobra decir que me encuentro en casa, como todos los españoles, desde que el sábado, por orden gubernamental, se decretó el confinamiento y limitación de movimientos de las personas por la alarma nacional sanitaria por el COVID-19 (coronavirus).
Es mi tercer día en casa, segundo de teletrabajo. Mis hijos han perdido la cuenta directamente. De momento, y al tener 16 y 19 años, lo gestionan con una tranquilidad admirable, ocupados entre las clases virtuales, los juegos online, el contacto telefónico con amigos y parejas, la lectura y el tiempo requerido para sacar a nuestro perro Byron.
En nuestra familia sólo mi marido está obligado a salir a trabajar porque su empleo requiere actividad presencial, no esencial, pero dada la flexibilidad gubernamental al respecto, obligatoria, aún cuando carecen de la equipación de protección personal adecuada para desarrollar su actividad, ni se respeta el horario mínimo que garantice que su exposición no sólo no afecte a su salud, sino a la de sus familias.
La radio se ha convertido en una compañía adicional para informarnos y divertirnos.
Son más los ratos que pasamos juntos hablando, compartiendo risas, inquietudes. Esos momentos familiares que la rutina habitual nos limitaba por horarios que ahora son más amplios y sin prisas.
Ahora podemos escuchar esos discos que nos gustan con deleite, atención y apreciando las imágenes y momentos que nos evocan.
Disponemos de más tiempo para leer los libros que esperaban nuestra atención, las revistas a las que estamos suscritos y que se acumulaban ya en un pequeño montón esperando mostrar su contenido.
Hemos recuperado la sana costumbre de llamar a los que queremos para decírselo con más asiduidad, acercarnos con la voz a los que están más lejos y compartir nuestra experiencia del día a día.
Nos dejamos emocionar en los aplausos colectivos que se hacen a diario, con puntualidad inusitada a las 20 horas, para agradecer a todo el colectivo sanitario su esfuerzo, su entrega y su ayuda. Es emocionante ver cómo cuando nos los proponemos,nos ponemos de acuerdo para hacer algo tan mágico, grande, rompiendo el silencio que ahora sólo se llena con el canto de los pájaros y algún ladrido aislado.
Tras nuestros cristales, habitualmente cerrados o cubiertos por cortinas, buscamos las luces próximas y nos sentimos más acompañados, observándonos, saludándonos, reconociéndonos iguales en nuestra humanidad, en nuestra frágil existencia y pese a ello sin dejar de sonreír.
Juntos somos grandes. Juntos podemos.
Nuestra única responsabilidad, es permanecer en casa, ver el mundo desde la ventana para que cuanto antes, todo sea sólo un recuerdo, una lección de vida donde valoremos lo que más importa: vivir con los nuestros, para los nuestros y respetando a todos.
Es mi tercer día en casa, segundo de teletrabajo. Mis hijos han perdido la cuenta directamente. De momento, y al tener 16 y 19 años, lo gestionan con una tranquilidad admirable, ocupados entre las clases virtuales, los juegos online, el contacto telefónico con amigos y parejas, la lectura y el tiempo requerido para sacar a nuestro perro Byron.
En nuestra familia sólo mi marido está obligado a salir a trabajar porque su empleo requiere actividad presencial, no esencial, pero dada la flexibilidad gubernamental al respecto, obligatoria, aún cuando carecen de la equipación de protección personal adecuada para desarrollar su actividad, ni se respeta el horario mínimo que garantice que su exposición no sólo no afecte a su salud, sino a la de sus familias.
La radio se ha convertido en una compañía adicional para informarnos y divertirnos.
Son más los ratos que pasamos juntos hablando, compartiendo risas, inquietudes. Esos momentos familiares que la rutina habitual nos limitaba por horarios que ahora son más amplios y sin prisas.
Ahora podemos escuchar esos discos que nos gustan con deleite, atención y apreciando las imágenes y momentos que nos evocan.
Disponemos de más tiempo para leer los libros que esperaban nuestra atención, las revistas a las que estamos suscritos y que se acumulaban ya en un pequeño montón esperando mostrar su contenido.
Hemos recuperado la sana costumbre de llamar a los que queremos para decírselo con más asiduidad, acercarnos con la voz a los que están más lejos y compartir nuestra experiencia del día a día.
Nos dejamos emocionar en los aplausos colectivos que se hacen a diario, con puntualidad inusitada a las 20 horas, para agradecer a todo el colectivo sanitario su esfuerzo, su entrega y su ayuda. Es emocionante ver cómo cuando nos los proponemos,nos ponemos de acuerdo para hacer algo tan mágico, grande, rompiendo el silencio que ahora sólo se llena con el canto de los pájaros y algún ladrido aislado.
Tras nuestros cristales, habitualmente cerrados o cubiertos por cortinas, buscamos las luces próximas y nos sentimos más acompañados, observándonos, saludándonos, reconociéndonos iguales en nuestra humanidad, en nuestra frágil existencia y pese a ello sin dejar de sonreír.
Juntos somos grandes. Juntos podemos.
Nuestra única responsabilidad, es permanecer en casa, ver el mundo desde la ventana para que cuanto antes, todo sea sólo un recuerdo, una lección de vida donde valoremos lo que más importa: vivir con los nuestros, para los nuestros y respetando a todos.
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