Lo contrario nos asusta

Me voy a permitir generalizar por más que con ello, quizá, haga extensiva una opinión/percepción propia como norma de un conjunto sin que ello sea la absoluta verdad. O no toda, porque siempre hay honrosas excepciones.
Es evidente y palpable que existe un rechazo a todo aquello que defiende lo contrario a nuestras convicciones personales y/o mayoritarias. 
En estos días extraños donde nos enfrentamos a situaciones inéditas, ante las que carecemos de experiencia previa, se aprecian divisiones de opinión polarizadas o extremistas que anulan el termino medio, los grises o más acertado sería decir que las diluyen porque son minoritarias o menos "ruidosas" que las generalizadas.
A los que prefieren mantenerse en esta posición neutral se les acusa por uno y otro extremo de equidistantes. Esa maldita necesidad de etiquetarlo todo. "O conmigo o contra mí", "valiente o cobarde", "verdad o mentira", "facha o comunista" y así hasta un largo etcétera.
Hace tiempo aprendí que la existencia de una corriente/creencia/opinión mayoritaria, no implica  necesariamente que sea la mejor opción. Únicamente que es la que se acepta/asume por un mayor número de personas. Teniendo claro esto, tenemos dos vías de actuación: Sumarnos a la mayoría o emprender una diferente. Si optamos por esta segunda vía, se nos abren tres opciones:
  1. Posicionarnos con la inmensa minoría
  2. Mantenernos neutrales ante la falta de convencimiento de las argumentaciones a favor o en contra.
  3. Emprender nuestra propia vía. Lo que se conoce como "ir contra corriente"
Cuando emprendemos la tercera opción, se nos tacha de locos, utópicos (pónganse a aquí todas las etiquetas de aquello que por salirse de la "norma" provoca el rechazo del resto: Mayorías y minorías).
Si afrontamos la segunda opción, nos convertimos en "el enemigo a batir".

En conclusión podríamos afirmar que en realidad, lo que nos asusta es convertirnos en la diana de las críticas de los que opinan de forma distinta a la nuestra. Nos asusta el enfrentamiento que surge, inevitablemente, para justificar nuestra decisión. Unos enfrentamientos, mayormente verbales, que nos obligan a justificarnos ante los demás. A exponernos personalmente. Y, reconozcámoslo, no todos estamos preparados para abordarlo con la serenidad necesaria ni mucho menos objetivamente. La mayoría de las veces terminamos perdiendo las formas y con ello, inevitablemente, la poca o mucha razón que podamos tener.

Llegados a este punto, la única certeza que tenemos es que a todos nos une algo común: pertenecer a la misma especie. La especie humana. Con sus virtudes y sus muchos defectos. Y con la vulnerabilidad común a todos con independencia de nuestras convicciones: La muerte.

Que el miedo a lo contrario no sea la bandera que esgrimimos en una lucha vana e innecesaria. Analicemos nuestras ideas, escuchemos la de los demás y aprendamos a vivir nuestra propia vida siendo coherentes con lo que decimos y hacemos.
Sabremos que estamos en el camino correcto cuando dejemos de esconder cómo somos realmente pero empatizar con lo que sienten los que piensan de forma diferente.

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