Reencuentro en la torre

Subió a lo alto de la torre para gritar su descontento, enfrentándose al viento que ensordecía sus palabras.
Las lágrimas cubrían su rostro moreno mientras, en un intento vano de imponerse al dolor, levantaba sus amenazadores, aunque humanos, puños al cielo.
El mar furioso se estrellaba contra las rocas, elevando el agua por encima de las crecidas olas en multitud de gotas que se adhirieron a sus ropas mojándolas en una caricia fría y salvaje que le recordó la inutilidad de su furia.
Fue bajando los brazos despacio, mientras su crispado rostro se contraía por la angustia de la desesperación y la impotencia, haciéndole gemir como un niño abandonado entre la multitud.
Solo que aquí no había gente, nadie que pudiera acudir a ayudarle.
Ninguna voz intentaría calmarle.
Nadie.
Solos él y su pena.
Y la mar.
Esa mar inmensa que bullía alrededor de la alta torre donde se encontraba.
Inesperadamente, una luz cegadora le sobresalto haciéndole encogerse instintivamente sobre sí mismo al tiempo que sonaba un trueno que hizo retumbar el cielo como si estuviesen cayendo sobre él toneladas de piedras.
Sintió temblar el suelo bajo sus pies por la intensidad del ruido y a punto estuvo de perder el equilibrio, que mantuvo, casi milagrosamente mientras caminaba hacia la escalera para descender hasta la entrada, más próxima al suelo y que se le antojo mucho más estable.
Como por ensalmo su dolor, su rabia, su llanto, su desesperación, habían sido sustituidas por un miedo irracional e inevitable.
Otro relámpago rasgó el cielo que había sucumbido a una oscuridad más propia de la noche, ofreciéndole una fugaz vista de un mar que ahora se revelaba negro como la tinta, agitado por enormes lenguas de agua que alcanzaban una altura cada vez mayor.
El trueno que hubo a continuación, le arrancó un grito de la garganta que hasta a él mismo le resultó inhumano por su sonido.
Se abrazo las rodillas, encogiéndose sobre sí mismo, apoyándose en la pared del primer escalón.
Comenzó a temblar sin control, casi al mismo tiempo que el suelo, cuando notó gravilla cayéndole sobre la cabeza y el crujir de las piedras de la torre con cada embestida de agua.
Su mente le instaba a salir de allí de inmediato, pero su cuerpo no le respondía, estaba agarrotado. Apenas se atrevía a entreabrir los ojos para mirar hacia la oscura bajada, que oscilaba de izquierda a derecha, transmitiéndole una inmediata sensación de mareo que se transformó en una náusea que apenas pudo contener.
Su respiración comenzó a ser más agitada, como la de un pez que boquea fuera del agua en busca de oxígeno.

- ¡Claudio!, ¡Claudio!

Se sobresaltó. Alguién había gritado su nombre. Intentó escuchar, pero sólo le llegaba el eco amplificado de las olas y el retumbar del trueno, cada vez más intenso.

-¡Claudio!, ¡Claudio!

Otra vez. Ahora, aunque aún lejano, Distinguió su voz.

- ¡Aquí! - se oyó contestar - ¡Aquí! ¡Arriba!

Y entonces distinguió una luz que oscilaba en la escalera. Una sacudida en el suelo y el ruido de piedras cayendo en la estancía abierta de la torre donde antes había estado asomado al mar vomitando su rabia, le sacaron de su rigidez y comenzó a bajar con torpeza, a tientas, los escalones.
Sintió la estructura de la pared, fría y húmeda por el agua, temblar bajo sus manos. Otra vez sintió como si alguien le estuviera robando el aliento al tiempo que cada latido de su corazón se aceleraba martilleándole los oídos hasta convertirse en un zumbido.
Y entonces vio su rostro, iluminado por la linterna que portaba y, olvidado todo dolor, toda rabia, una sonrisa de alivio, casi una mueca en su cara demudada por el miedo, le impulsó a abrazarle.

- ¡Claudio! ¡Hijo! Por Dios... ¿estás bien?
- Sí papá - acertó a decir apenas mientras se cobijaba en los brazos de su padre. El mismo padre con el que había tenido un duro enfrentamiento por la mañana en el que, incluso, habían llegado a las manos.
- Aquí corremos peligro. Vamos abajo. Rápido. Dios mío... ¡pero si estás empapado y temblando!
- Papá yo... yo...
Su padre, por toda respuesta lo apretó contra su pecho firmemente, como si de un niño pequeño se tratase. Después, le hizo pasar su brazo izquierdo en torno a sus hombros y le conminó a bajar.

Su corazón comenzó a latir más pausado y su respiración, a cada paso, pese a la larga bajada que tenían por delante, se hizo más lenta. Sólo un ligero dolor de cabeza, que después se transformaría en migraña, le recordó el amargo sabor del miedo que había pasado.
Pero él, había venido. Pese a todo había venido.

- Por un momento... - comenzó a decir - pensé que la torre caería
- ¿Ésta torre? - preguntó su padre mientras recorría con sus ojos la piedra que los envolvía - Tiene unos extraordinarios cimientos. Lleva en pie más años de los qué tú y yo juntos tenemos y, con toda seguridad, permanecerá en pie cuando tú y yo nos vayamos de este mundo.
- Pero se estaban cayendo piedras... y la tormenta... - y como para dar más énfasis a sus palabras, un nuevo trueno se dejó oír ahora, aunque algo más lejos o, al menos, eso le pareció a él.
- Anda, vamos, que parece que ha pasado lo peor y tu madre estará preocupada.

Cuando llegaron abajo, se oían ya lejanos los ecos de trueno y la lluvia había cesado, aunque la mar, seguía muy picada.
Claudio no pudo evitar echar la vista a las alturas.
Tal y como había afirmado su padre, la torre permanecía en pie, desafiante, dejándose acariciar por el agua y el viento, inalterable. Claudio, no pudo evitar sonreir mientras volvía los ojos emocionados a su padre y musitaba un penitente "Gracias".



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